La crisis mundial creada por la pandemia del coronavirus ha hecho apreciar el valor crucial del personal sanitario, en particular de enfermería. Sirva esta nota para homenajear a todos estos hombres y mujeres que ejercen esta profesión en la persona de Florence Nightingale (1820–1910).
No sé si nuestra faceta matemática, o acaso la estereotipada multitarea femenina, nos ha evocado su memoria, pero aquí va una selección de pequeños detalles, aislados, confinados aquí y allá, que se abrazan, es decir, que se asocian, se relacionan entre sí y se mezclan con nuestros conocimientos anteriores hasta formar un patrón reconocible.
Aquí va el primero. Pensando con cierta frivolidad en la situación actual ¿quién, que se decidiese a viajar por el mundo, se perdería Italia? Eso mismo debieron de pensar William Edward y Frances, como otros muchos jóvenes de familias pudientes que se decidían a emprender el Grand Tour, el viaje por Europa, de moda desde mediados del siglo XVII hasta principios del XIX, en busca de arte, cultura y las raíces de la civilización occidental y que acabaría formando parte regular de la educación aristocrática. En los cuatro años que duró su luna de miel —esperemos que el periplo del SARS-CoV-2 no dure tanto— el matrimonio Nightingale tuvo dos hijas. A la primera le llamaron Parthenope, como la mitológica sirena cuyo canto no consiguió hechizar a Ulises, pero no por ella, sino porque era el nombre del asentamiento griego en lo que hoy es Nápoles, su lugar de nacimiento. La segunda hija nació en la capital de la Toscana y, convirtiendo el gentilicio en patronímico, le llamaron Florence (sajón de Florencia). Fue en 1820, el 12 de mayo —día internacional de la mujer matemática, en honor a Maryam Mirzakhani—, por lo que en nada se cumplirán 200 años de su nacimiento, y este es el segundo detalle.
En el siglo XIX las mujeres no iban a la universidad y Florence Nightingale no fue una excepción. Su padre, que entendía la importancia de la educación, se encargó de su formación en casa, particularmente en historia, lenguas y filosofía. Este es el tercer detalle, no muy significativo, pero que contextualiza lo que se entendía por adecuado para la formación de las pocas mujeres que accedían a ella en la época.
El cuarto detalle es que Florence, desde muy joven, manifestó un gran interés por los números, y sus relatos de los viajes familiares están plagados de ellos: distancias, horarios de salida y de llegada, etc., pero también con anotaciones sobre las condiciones sociales, las instituciones benéficas o los sistemas de reparto de tierras en las regiones por las que viajaban.
No es de extrañar que, cuando tenía 20 años, suplicase a sus padres que le permitiesen estudiar matemáticas en lugar de practicar el quadrille, la popular y difícil danza francesa de moda en la época y que, según su madre, toda dama de bien debería pasar su tiempo bailando, participando en actividades sociales. Tras mucho insistir, consiguió que sus padres accedieran a sus deseos y Florence comenzó a estudiar con un tutor. Este detalle nos conecta con ayudar también a las niñas, a las jóvenes, a descubrir y perseverar en sus vocaciones científicas.
Desde temprana edad, Florence se interesó en atender a personas enfermas y necesitadas en el entorno de la propiedad familiar y, en sus palabras, un día recibió una llamada divina que la convenció de que su verdadera vocación era ser enfermera.
En estos momentos que vivimos, la sociedad es consciente del importante papel del personal sanitario, y este es otro detalle que nos vincula al personaje. Pero se nos antoja que se trata de un detalle poliédrico y que la filantropía que hemos apuntado es sólo una de sus caras. ¡Reconozcamos el verdadero valor profesional de los servicios de enfermería! Que no se nos olvide en el balcón, junto con los geranios.
Veamos otras caras. En la época victoriana, en la que las mujeres inglesas casi no tenían el derecho de propiedad, se esperaba de una joven del estatus social de los Nightingale que se casara con un hombre de posibles para asegurar su posición, y no que desempeñase un trabajo considerado por los suyos como humilde, servil. De nuevo, pese a la oposición de sus padres, que trataron de disuadirla por todos los medios, cumplió su deseo de ser enfermera y sus desvelos en un hospital de campaña durante la Guerra de Crimea (1853-56) le valieron el sobrenombre de la dama de la lámpara.
Pero Florence Nightingale era mucho más que una dama con una luz en la noche. Era también una estadística talentosa y creativa, con una habilidad natural para clasificar, analizar y documentar hechos. De vuelta a Gran Bretaña, analizó sus datos para mostrar fuentes estacionales de mortalidad de pacientes, así como la disminución de la tasa de mortalidad, del 46 al 2 por ciento, cuando se mejoraron las condiciones de atención sanitaria. Convencida de que los números no hablan por sí solos, desarrolló técnicas estadísticas y de representación de datos, en particular un tipo de histograma de área polar, conocido también como Rosa (de los vientos) de Nightingale y fue la primera persona que utilizó los gráficos estadísticos para persuadir a las autoridades de que cambiasen sus estrategias; hasta entonces sólo se utilizaban para presentar información, sin intención de provocar un cambio en la acción.
Y este es otro detalle más. ¿Quién no ha oído hablar de la famosa curva? ¿Y del pico de la curva? Sus propuestas le valieron ser nombrada en 1859 miembro de la Royal Statistical Society, la primera mujer en conseguirlo: un nuevo detalle.
Con la teoría de corte naturalista sobre la enfermería que se desprende de las famosas Notes on Nursing, Florence Nightingale, 110 años después de su muerte, es considerada como la madre de la enfermería moderna y sigue siendo ejemplo al haber dado un tratamiento científico a lo que hoy es la enfermería, una atención especializada, algo distinto y complementario de la atención médica.