Como comentamos en el anterior número del Boletín, uno de los objetivos de las actividades realizadas el pasado 12 de mayo, Día de las Mujeres Matemáticas, fue el de romper ciertos estereotipos que giran en torno a la investigación de las mujeres en matemáticas, contando para ello con la opinión de varias investigadoras que dieron respuestas a diferentes preguntas relacionadas con algunos temas que tienen que ver con el famoso techo de cristal. Uno de ellos es el cada vez más nombrado síndrome del impostor, fenómeno psicológico acuñado en 1978 por las psicólogas clínicas Pauline Clance y Suzanne Imes, que sufren casi el 70 % de los trabajadores y trabajadoras del mundo. Padecerlo consiste en interpretar la realidad laboral bajo un prisma de inseguridad exacerbada que genera la sensación de que la persona es menos competente de lo que en realidad es y que está en una posición de desventaja, imaginaria, que le lleva a pensar que es, como el mismo nombre del síndrome indica, una impostora o fake que trabaja en un puesto no merecido o para el que no está realmente preparada. La persona que lo sufre cree que su rendimiento ha sido causa casi de la suerte, que en realidad está por encima de sus capacidades reales y que la próxima vez que se tenga que enfrentar a una tarea similar a la que ya ha hecho con anterioridad es probable que fracase. Por ello “la persona impostora” tiene miedo de que el resto de colegas se den cuenta de “quien realmente es” y de que no se merece los buenos resultados que ha estado teniendo a lo largo de su carrera. Las personas que lo sufren tienen una tendencia al perfeccionismo y a no sentirse bien con los halagos o refuerzos positivos que reciben ante sus logros, sintiendo que siempre deberían de hacer más de lo que hacen.
Atendiendo a dicha descripción no es sorprendente que, en una sociedad cada vez más competitiva en la que la estabilización en la carrera académica llega más tarde y estamos sometidos a continuos procesos de evaluación, dicho fenómeno lo padezcan muchas científicas y científicos de todo el mundo que “tienen la sensación de no estar nunca a la altura, de no ser lo suficientemente buenas, competentes o capaces; de ser impostores, un fraude”. Si leemos con detenimiento la anterior descripción tampoco es muy sorprendente que sean las mujeres, que presentan aptitudes, pero baja autoestima (efecto del sesgo positivo) y que son menos competitivas, las que más lo sufran. De hecho, un informe encargado por el Access Commercial Finance en Reino Unido confirmó que los hombres son un 20 % menos propensos a padecerlo que las mujeres y que, entre estas, se ven notablemente más afectadas las mujeres en entornos académicos, que son incluso más propensas a sufrirlo. En el trabajo “Impostor phenomenon and motivation: women in higher education” se analiza la relación entre dicho fenómeno y la motivación profesional realizando un estudio detallado a 1326 mujeres académicas exitosas mediante las llamadas Expectancy-Value theory, Attribution theory y Self-Determination theory. Se dedujo que un alto porcentaje de ellas tenían serios sentimientos de dudas hacia sus logros profesionales, incompetencia y sentimientos de falta de pertenencia en la academia.
Claramente la presencia de este sentimiento de “ser un fraude” en las mujeres está también relacionado con un tema que ya hemos abordado en diversas ocasiones y es la baja presencia de éstas en carreras de CTIAM (acrónimo de ciencias, tecnología, ingeniería, arte y matemáticas) y en altos cargos académicos debido a la falta de autoconfianza, la creencia de que ellas no serán capaces de hacerlo igual de bien que sus colegas masculinos ya que sus logros hasta la fecha son más bien fruto de la buena suerte o del azar en vez de por sus capacidades reales, y que estarían usurpando un terreno, la ciencia, que no le pertenece. En la tesis “The Impact of the Impostor Phenomenon on the Math Self-Efficacy of Males and Females in STEM Majors” se investigaron las posibles razones por las cuales persisten las discrepancias sexuales en los campos CTIM, descubriéndose que el género afectaba a la autoeficacia académica de las estudiantes y que el “impostorismo” limita claramente las expectativas futuras de las estudiantes en carreras CTIM.
La baja presencia que sigue habiendo hoy en día de las mujeres, por ejemplo, en consejos editoriales de revistas importantes, como ponentes principales en congresos internacionales o en equipos directivos de los departamentos de las principales universidades no ayuda, desde luego, a que la presencia del síndrome del impostor en las mujeres académicas descienda. Debe haber un cambio significativo para que los académicos, en general, y las académicas, en particular, aumenten su confianza en todas sus etapas de la carrera investigadora y puedan así atribuirse sus éxitos a sí mismas dejando de sentir que no son merecedoras del puesto que ocupan en la ciencia.