El pasado 16 de febrero falleció el profesor Ireneo Peral (Madrid, 1946), socio de la RSME y catedrático de análisis matemático de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), donde desempeñaba su labor desde que se incorporó junto a su esposa, Magdalena Walias, en enero de 1977.
Ireneo cursó un año en la Universidad de Salamanca para trasladarse posteriormente a la Universidad Complutense de Madrid y terminar en 1970 sus estudios de licenciatura en Matemáticas. Entre 1970 y 1974 llevó a cabo su tesis doctoral dirigida por el profesor Miguel de Guzmán sobre temas relacionados con la diferenciación de integrales. Sus preferencias científicas se decantaron pronto por las ecuaciones en derivadas parciales no lineales, un área que debe su expansión en nuestro país al trabajo pionero de matemáticos como él. Durante años forjó conexiones con investigadores e instituciones de otros países, muy especialmente de Italia, donde era muy querido y admirado.
A lo largo de su carrera científica, Ireneo Peral desarrolló temas muy variados dentro de las ecuaciones. Sus contribuciones más relevantes se refieren a la influencia del potencial de Hardy en problemas elípticos y parabólicos (locales y no locales); algunos problemas críticos, incluidos los resultados pioneros sobre términos cóncavo-convexos; cuestiones relacionadas con el problema Kardar-Parisi-Zhang; resultados sobre la regularidad del gradiente en problemas descritos en forma de divergencia; resultados sobre el principio del máximo de Alexandroff-Bakelman-Pucci para ecuaciones no lineales elípticas y parabólicas, así como un trabajo puntual citado por W. Strauss sobre la ecuación de ondas no lineal supercrítica.
En la última actualización que hizo de su curriculum vitae recogía 138 artículos y 4 libros, si bien una búsqueda en las bases de datos disponibles en la red eleva el número de publicaciones hasta las 146. En estos tiempos de rankings y clasificaciones puede ser interesante señalar que seis de sus artículos superan de largo las 200 citas, dos de ellos escritos en colaboración con Antonio Ambrosetti y Luis Caffarelli a los que consideraba, junto a Lucio Boccardo e Yves Meyer, sus “maestros”, como así dejó escrito.
Ireneo era una persona afable que mostraba un entusiasmo desbordante por todo lo que hacía. Era difícil no sentirse atraído por su optimismo y bonhomía. Le gustaba la música clásica, la poesía de Machado y disfrutaba de otras aficiones más mundanas, como hubiera dicho él, como la buena mesa y el fútbol. Pero tenía tres pasiones en la vida. La primera, por encima de todas las demás, era su familia, a la que adoraba. Los nombres de Magdalena, sus hijas, yernos y, por supuesto, sus nietos estaban siempre en su boca mostrando el justificado orgullo que sentía por ellos. La segunda tiene que ver con sus alumnos y sus colaboradores en general. Ireneo veía las matemáticas como una forma más de hacer amigos. Por eso no es de extrañar que considerara a sus alumnos de doctorado parte de su familia. Y en cuanto a los colaboradores, no había visitante que viniera a trabajar con él que no terminara invitado ese mismo día bien a su casa, o bien a un restaurante que ya habría reservado con esmero.
Su tercera pasión se centraba en la Universidad. Fue generoso con su tiempo, aportando un granito de arena para que la universidad española saliera de los años de penumbra que él padeció como estudiante. A lo largo de su vida académica desempeñó numerosos cargos, entre ellos los de vicedecano de la Facultad de Ciencias y director del Departamento de Matemáticas y fue miembro de varios comités de gestión universitaria. Fuera de la UAM ejerció como coordinador del programa de becas FPU del Ministerio de Educación y Ciencia. En su colaboración con la RSME presidió los jurados que concedieron los premios José Luis Rubio de Francia 2007 y 2008. Se entusiasmaba con la docencia, a cuya preparación dedicaba horas y horas, compaginándola siempre con su trabajo de investigación. Todos recordamos esos cuadernos manuscritos con las notas de las asignaturas impartidas, que no tenía ningún reparo en compartir. Fue investigador principal de más de 25 proyectos, tanto nacionales como internacionales, dirigió 10 tesis y mantuvo un grupo de trabajo muy cohesionado en el Departamento de Matemáticas de la UAM, donde ejerció más de 40 años.
Cuando en 2017 se jubiló y pasó a ser profesor emérito, Ireneo siguió con sus proyectos con el mismo entusiasmo de siempre. Uno de ellos consistía en la redacción de un libro que abarcaría muchos de los resultados que había escrito con sus colaboradores en los últimos 25 años. Entregó las correcciones de las pruebas de imprenta el mismo día de su hospitalización, unas semanas antes de su fallecimiento. Nadie duda de que Ireneo habría seguido trabajando hasta el final, pero es triste pensar que este haya sido tan prematuro.
Tal vez una última anécdota muy breve permita hacernos una idea del carácter de Ireneo. Hace años, un matemático americano se encontraba de visita en Madrid. Era una persona ya mayor, con poca afición a los viajes en avión, cuyo nerviosismo aumentó justificadamente porque el día antes de su partida todos los informativos abrieron con la noticia de un grave accidente aéreo. Ireneo pasó toda la mañana en el aeropuerto, haciéndole compañía hasta que llegó la hora del embarque. Luego volvió a su despacho a preparar sus clases y hacer “un calculito”, como a él le gustaba decir, con uno de sus colaboradores. Un favor a un amigo, sus clases, “un calculito” y la vuelta a casa con su familia. Eso era un día normal en su vida.