María Ángeles Hernández Cifre. Comisión de Publicaciones

Suele ser demasiado habitual encontrar en los buzones de entrada o de correo no deseado de nuestra dirección electrónica invitaciones para publicar en revistas con nombres atractivos o en actas de congresos rimbombantes que, a veces, dan que pensar. No tarda uno en darse cuenta de que la oferta contiene dos caramelos envenenados: en apenas una semana el artículo será publicado por el “módico precio” de 500 euros, incluso menos, pues será de acceso abierto. Además, el contenido del escrito no importa: puedes elegir el tema a tu antojo, plagiando, o incluso visitando una de esas webs que, de forma gratuita, te escriben lo más absurdo que se te ocurra, eligiendo como coautor, por qué no, a Albert Einstein.

Parece ser que el término “predatory journal” fue acuñado por Jeffrey Beall, un bibliotecario de la Universidad de Colorado Denver, tras observar el crecimiento desorbitado de revistas y la necesidad de jóvenes investigadores por granjearse un vasto y rápido currículum. Incluso publicó una lista con lo que él consideraba “editoriales depredadoras” en 2010, con las consecuentes amenazas de demandas y litigios que ello le provocó. Sabemos la moda que impera en muchas universidades de pagar al investigador una cantidad respetable por cada artículo publicado, aparentemente sin importar dónde, dinero que, de por vida, se incorpora a la mensualidad del autor, a quien la revista fraudulenta consideró su presa favorita.

La loable iniciativa internacional de acceso abierto fue el germen de las editoriales y revistas depredadoras, que surgieron de repente en el mercado trabajando solo online. Por ello, las clásicas y poderosas editoriales andan preocupadas y se han hecho eco de esta práctica fraudulenta en repetidas ocasiones, aunque quizá sin demasiada tenacidad. Por ejemplo, la prestigiosa Nature publicó el artículo “Predatory publishers are corrupting open Access”, Vol. 489 (2012), p. 179, y, más recientemente, “Predatory journals: no definition, no defence”, Vol. 576 (2019), pp. 210-212. Un estudio realizado por Shen & Björk (2015, doi.org/10.1186/s12916-015- 0469-2) reveló un aumento de las revistas depredadoras activas de 1800 en 2010 a 8000 en 2015, pasando el volumen estimado de artículos publicados de 53 000 a 420 000 en tan sólo 4 años. En la lista negra de Cabell se recogen casi 12 000 revistas calificadas como depredadoras (Andersen 2019). Los artículos de Allen (2018), Butler (2013), Dadkhah & Borchardt (2016), Eriksson & Helgesson (2017) y Straumsheim (2017) proporcionan más detalles sobre este tema.

Afortunadamente, y por lo que conozco, el mundo matemático próximo está, de momento, más o menos libre de este tipo de corruptelas, pues solemos encapsular nuestras publicaciones en un paquete de unas 300 revistas, el archiconocido JCR, que se suele respetar como el sancta sanctorum (incluso así lo reconoce el BOE) de nuestro “aceptable repertorio”. No obstante, algunas objeciones se pueden comentar. Por un lado, hay otros colectivos más alejados y numerosos, por ejemplo, China, que distan mucho de ser controlados y son presa fácil de las editoriales depredadoras: en muchas de sus universidades, los sueldos de sus profesores son realmente míseros, y se ven forzados a publicar indiscriminadamente ya que es una de las pocas opciones que tienen de recibir unos emolumentos dignos. Por otro lado, incluso el JCR debería ser tratado con suma prudencia, pues se dan casos, cada vez más a menudo, de revistas prestigiosas y serias, que gozan de un general reconocimiento, y que de un año para otro se sitúan en el tercer o cuarto cuartil; o, por el contrario, de revistas que, súbitamente y sin aparente justificación, se cuelan entre las cien primeras. La EMS está de hecho preocupada por esta situación, y llama a la prudencia a la comunidad matemática. Recientemente se ha hecho eco de esta problemática y ofrece información valiosa al respecto (véase euromathsoc.org/predatory-publishing). Es importante advertir a nuestros jóvenes matemáticos sobre este tipo de revistas, pues publicar en una de ellas por simple desconocimiento puede dañar mucho su reputación en el futuro como investigador.