Por Rodrigo Trujillo González. Comisión Profesiones y Empleabilidad
Los datos son apabullantes: millones de empleos que desaparecen frente a otros tantos que emergerán de las nuevas tecnologías y nuevos nichos laborales, los millones de vacantes de estos mercados que no se podrán cubrir por falta de especialistas, las tasas de envejecimiento de las plantillas de las empresas, los servicios públicos, los clientes, los pacientes,… y así un largo etcétera que ponen el objetivo en el reciclaje profesional, la diversificación de nuestras economías, la adaptación a los cambios, el reinventarse después de una caída al desempleo o el cierre de ese último proyecto emprendedor, y así todas las recomendaciones que hemos oído en los medios de los especialistas, y hemos hecho muchas a nuestros familiares, amigos, antiguos alumnos y conocidos que se han visto golpeados por las tormentas cada vez más frecuentes de este mercado laboral (global) que nos ha tocado vivir.
La (mil veces recordada) pandemia nos ha traído cosas que, podríamos decir sin reparos, han venido para quedarse en el ámbito educativo y laboral: teleformación y teletrabajo. Las dos ya coexistían con nuestros entornos, por supuesto, y aún me dura el mareo del tsunami de los MOOCs hace ya una década, y que nuestros trabajos son cada día más telemáticos lo sabe muy bien desde una profesora de infantil hasta un analista de mercados. En resumen, la transformación digital está cambiando el mercado y, por ende, todo lo relacionado con la formación. Hoy es necesario que todos los trabajadores lleven a cabo una formación constante para ir incorporando nuevos conceptos de alta productividad a sus puestos de trabajo.
A todo esto, tristemente marcado por el enorme temor a perder el empleo, le han puesto un nombre que muchos conocen en su formato inglés: Lifelong Learning o Aprendizaje a lo largo de la vida. Cuando lo anunciamos en clase nuestros estudiantes de grado o máster nos miran con cierta perplejidad: No van a dejar de estudiar porque encuentren un empleo. Y esta idea es la paralela a otra que ha calado mucho mejor: ¡Olvídense del trabajo para toda la vida! ¡Eso de 35 años trabajando en la misma empresa es cosa del pasado, va a ser difícil que ustedes lo vean!
Si hacemos una búsqueda del término en la red, veremos que cuesta encontrar una entrada en una de nuestras universidades. ¿Hemos renunciado a usarlo o, de forma más preocupante, hemos renunciado a atenderlo? El lector puede enfadarse conmigo en este momento: ¡Tenemos los posgrados! ¡Tenemos títulos propios! ¿Qué más quieres? Le pedimos por favor al lector un margen para intentar plantear nuestras dudas y temores, principalmente estos últimos.
Este artículo no pretende describir los fundamentos del LifeLong Learning, hay muchísimas referencias en la red (como decimos, mayoritariamente redactados por empresas, departamentos de RR.HH., agencias de empleo, etc.), lo que pretendemos es plantear una reflexión en voz alta sobre el papel que debemos jugar las universidades en general, y los científicos en particular, en este campo de juego.
Si un sector de formación de especialistas de alto nivel está atendido por el sector productivo, y de ahí el nacimiento de empresas de formación en este segmento de población, ¿no tenemos nada que aportar desde la educación superior? ¿no tenemos conocimiento, tecnologías, instrumentación e infraestructuras que permitan dar una formación cercana al mercado y de valor a los trabajadores de hoy y de mañana?
Europa está “empeñada” en potenciar el Lifelong Learning por medio de las micro-credenciales. Para los que no estén familiarizados con el tema, nos referimos a la web oficial de la UE:
Una micro-credencial es una cualificación que demuestra los resultados de aprendizaje adquiridos a través de un curso o módulo breve y evaluado de forma transparente. La flexibilidad de estas cualificaciones permite abrir oportunidades de aprendizaje a los ciudadanos, incluidos los que trabajan a tiempo completo. Esto hace que las micro-credenciales sean una forma de aprendizaje muy flexible e inclusiva que permite la adquisición específica de capacidades y competencias. Las micro-credenciales las ofrecen las instituciones de educación superior y de formación profesional (EFP), así como organizaciones privadas.
Pueden ser especialmente útiles para las personas que quieren:
· aprovechar sus conocimientos sin completar un programa completo de educación superior
· mejorar sus capacidades o reciclarse para satisfacer las necesidades del mercado laboral o para desarrollarse profesionalmente después de empezar a trabajar
Para sorpresa del sistema universitario, una microcredencial podrá proporcionarse a formación con un mínimo de una hora de duración. Pero no banalicemos el tema, no lo cataloguemos ya de simple emisión de certificados; esta iniciativa de la UE es prioritaria en su plan de educación y mira directamente a los ojos del mercado laboral:
La recuperación de la pandemia de COVID-19 y la necesidad de acelerar las transiciones ecológica y digital también requieren que las personas mejoren o reciclen sus capacidades.
Vamos acercándonos a nuestro punto de reflexión, y repetimos de preocupación. Por un lado tenemos una tendencia en formación que mira a nichos y periodos vitales mucho más amplios que los usuales que atiende la educación superior (18-25 años, y el que sigue es para quedarse trabajando en ella), una corriente creciente y espoleada por factores muy importantes en la vida de los ciudadanos: dinámicas de cambios muy intensas en el empleo, que implican riesgo e incertidumbre (ya no hay planes de reconversión industrial, la inteligencia artificial va más rápido que las políticas de empleo, etc.) y, a su vez, planes de modernización y demanda urgente de adaptación a los mismos en periodos muy cortos (lo ya bien conocido: los empleos de mañana aún no se han creado).
Y, por otro lado, la tendencia gubernamental es introducir nuevas unidades de medida de la formación que atiendan de forma más directa y precisa las necesidades de los trabajadores, las empresas y los gobiernos. La formación tendrá unas nuevas escalas de medida, objetivos adaptables y dinámicos a las necesidades del mercado, de las tecnologías y los avances, que muchos vienen directos de la I+D que se hace en nuestras propias universidades.
La pregunta que debemos abordar cuanto antes es clara: ¿estamos las universidades atendiendo a estas demandas con interés y estrategias decididas? Y si miramos a la comunidad matemática: ¿estamos pensando en estos nuevos nichos de diseño de programas formativos?, en el momento que no nos cansamos de repetir que las matemáticas están de moda.
La clave es establecer alianzas formativas. Nuestra experiencia ha sido con virólogos, a raíz de la pandemia e introduciendo los modelos epidemiológicos en la formación a sanitarios sobre virus emergentes. Todo lo relacionado con Inteligencia Artificial nos tiene reservado un hueco excepcional, ya sea en finanzas, en salud, en marketing, en donde sea, ya saben que esta área no tiene límites. Y así podemos enumerar un listado enorme de campos: la transición energética, el cambio climático, la economía circular o azul, las desigualdades sociales,… todos donde podemos tener hueco para dos tareas: soportar la formación de profesionales (Longlife Learning) y, lo que podría ser la agenda oculta de nuestra comunidad, establecer puentes para colaborar en tareas de I+D+i, acceder a financiación a la que usualmente no nos acercamos (por ejemplo, colaboraciones público-privadas que financia el propio Plan Nacional de I+D+i), abrir nichos de empleo para nuestros graduados y doctores (si nos conocen y nos ven trabajar, estamos seguro que nos quieren retener), y creemos sinceramente que las posibilidades son enormes.
Finalmente, un tema en el que somos especialmente sensibles, la universidad debe atender de forma más seria y dedicada al núcleo que nos nutre de capital humano: el profesorado de primaria y secundaria de este país. Según lo soltamos de nuestro Máster de Profesorado, los damos por perdidos. Las respectivas Consejerías de Educación se hacen responsables de su formación continua (sus programas de Lifelong Learning) donde en general las universidades ni se nombran. Creo sinceramente que podemos decir más, tenemos mucho que aportar, la investigación en educación matemática debe llegar a la comunidad educativa (¿o no es lo mismo que la investigación médica al sector sanitario?). El listado es extenso: las nuevas tecnologías, los entornos híbridos y virtuales, los sistemas de razonamiento automático, el software “que hace” matemáticas cada vez más sofisticadas, la atención a la diversidad, el alumnado con NEAE, nuevos modelos pedagógicos, estrategias de resolución de problemas innovadoras, etc.
¿Tiene alguien duda de que los sanitarios y los educadores son los profesionales donde el Lifelong Learning es absolutamente fundamental en su desempeño? Pues posiblemente llegamos tarde, no atendemos bien a estos sectores ni tampoco a los que se están incorporando: ingenieros, economistas, programadores, …. pongan ustedes el sector que conozcan y seguro que encuentran una necesidad formativa que podemos atender.