Que las olimpiadas o concursos y competiciones de matemáticas despiertan el interés de millones de personas a lo largo y ancho del planeta parece un hecho innegable. Tal vez una buena prueba de esta afirmación puede ser el hecho de que al introducir esta misma semana en Safari las palabras concursos de matemáticas nos aparecen 49 800 000 resultados en 0,54 segundos. Al cambiar concursos por olimpiadas la cifra baja considerablemente, hasta solamente 2070000 en 4 segundos más. Pero es que, si hacemos la búsqueda en inglés, poniendo mathematics competitions, se obtienen en 0,56 segundos la friolera de ¡428 000 000 resultados!
Es una lástima no poder contrastar estos datos con los que se habrían obtenido a principios del milenio y más aún a principios o mediados del siglo XX. Porque, aunque la existencia de competiciones (aunque fuera en forma de retos o de juegos) anteriores a estas fechas parece documentada, fue seguramente en la segunda mitad del siglo pasado cuando se produjo una auténtica explosión de este tipo de actividades. Desde una de las competiciones pioneras, la Eötvos -cuyo origen está en Hungría en 1894 para celebrar el nombramiento del físico de ese mismo nombre como ministro de Educación de su país- pasando por otras muy significativas como la Olimpiada de San Petersburgo (de Leningrado en el momento de su creación, en la tercera década del siglo XX), hasta la primera Olimpiada Internacional de Matemáticas. Organizada por Rumanía en 1954 con un reducido grupo de equipos participantes, su extensión en los años siguientes a otros países europeos, fuera ya del área de influencia de la Unión Soviética, tuvo mucho que ver con este florecimiento de olimpiadas y concursos de matemáticas primero en Europa y luego en todo el mundo, siempre dirigidos a jóvenes estudiantes de secundaria y siempre con el mismo fin primordial: acercar a esos jóvenes a las matemáticas a través de la resolución de problemas.
Pero, aunque el modelo inicial de los concursos y olimpiadas actuales ha sido siempre en principio la olimpiada internacional, esas mismas ideas han ido evolucionando para atender a distintas situaciones. Así, podemos encontrar competiciones con distintos nombres, con distintos formatos, para estudiantes de primaria, de los primeros años de secundaria o de los últimos, ¡para universitarios también!, para los muchos, para los pocos -o sea, las élites, la punta de la pirámide- para trabajar individualmente o en equipo, con problemas de desarrollo o con cuestiones de opción múltiple, presenciales, por correspondencia o en línea… en estos últimos años, dirigidas únicamente a mujeres; hay olimpiadas locales, nacionales, regionales, internacionales… y algo tendrá el agua cuando la bendicen, porque a las olimpiadas de física y de química, las primeras disciplinas en seguir el ejemplo de las matemáticas, han seguido las de biología, economía, informática, dibujo técnico, geología o filosofía.
Organizar una de estas actividades requiere esfuerzo, trabajo y medios, tanto humanos como materiales. ¿Cuántas personas, estudiantes o adultos, organizadores, profesores, matemáticos profesionales, trabajan cada año en todo el mundo para sacar a flote este cúmulo de actividades?
Un impacto similar al que produjo en Europa la Olimpiada Internacional es el que la Olimpiada Iberoamericana de Matemáticas tuvo en los países de habla hispana o portuguesa, desde el Río Grande hasta la Tierra de Fuego, con España y Portugal a este lado del Atlántico. Hace un mes que terminó en Bogotá su edición trigésimo-séptima, de nuevo presencial, tras los dos años de restricciones motivadas por la COVID-19. Casualmente, la primera “ibero” —como familiarmente es conocida en la comunidad olímpica iberoamericana— también fue en Bogotá, en 1985; participaron tan solo 36 estudiantes, agrupados en nueve delegaciones. Solamente cuatro de ellas (Cuba, Brasil, Colombia y España) participaban en la internacional; en 2019 (último año no afectado por la pandemia) lo hicieron los 22 países miembros de la Organización de Estados Iberoamericanos. Poco a poco se fueron articulando olimpiadas nacionales en todos los países del área, y su existencia repercutió muy favorablemente en la formación de sus profesores y en el aumento de vocaciones matemáticas. Porque en estos casos, como ocurre siempre en las olimpiadas, lo importante no es la olimpiada en sí misma, sino el antes -clubs o círculos matemáticos, campamentos de veranos, programas de estímulo del talento matemático, cursos para profesores, materiales, es decir, actividades que surgen a su alrededor- y el después. Efecto parecido está produciendo actualmente la olimpiada Pan Africana entre los países de ese continente.
Para terminar, como empezamos, la búsqueda mathematics competitions nos muestra, entre otros muchos resultados, la lista de competiciones matemáticas de Art of Problem Solving que, aunque incompleta (no está España), reúne además información de gran interés para cuantos quieran saber de las olimpiadas y los problemas que en ellas se plantean.