Ángela Bernardo Álvarez se licenció en Biotecnología en la Universidad de León y realizó un máster en Industria farmacéutica y biotecnológica en la Universitat Pompeu Fabra. Es experta en Gabinetes de Comunicación por la Universidad Complutense de Madrid y doctora en Derecho por la Universidad del País Vasco. Actualmente, es redactora especializada en ciencia de la Fundación Ciudadana Civio, donde trabaja en la realización de investigaciones periodísticas sobre sanidad y políticas públicas. En 2019 recibió el V Premio Concha García Campoy de Periodismo Científico, en la categoría de prensa digital, por un artículo sobre los conflictos de intereses en Medicina. En 2020, su cobertura informativa sobre el diagnóstico de la COVID-19 fue reconocida con el premio Datos Abiertos de la Comunidad de Castilla y León en la categoría de periodismo de datos. Recientemente, ha publicado el libro Acoso. MeToo en la ciencia española, una obra pionera que pone la lupa sobre el acoso sexual que tiene lugar en el ámbito científico y que llama a las universidades y centros de investigación a no mirar para otro lado ante este problema.
Pregunta.- ¿Podrías explicarnos en qué consiste el movimiento #MeToo y cómo surge?
Ángela Bernardo.- El #MeToo es un movimiento internacional, nacido en 2017 tras la investigación periodística sobre el caso de Harvey Weinstein, y después de que la actriz Alyssa Milano publicase un mensaje en Twitter animando a contestar “yo también” a todas aquellas personas que hubieran sufrido algún tipo de violencia sexual. Aunque la fórmula del #MeToo había surgido con anterioridad, de la mano de pioneras como Tarana Burke, su nacimiento y expansión internacional, sin precedentes, ocurrió hace aproximadamente cinco años. Este movimiento anima a las personas que hayan padecido alguna forma de violencia sexual, como el acoso sexual o el acoso por razón de sexo, a tomar la palabra y denunciar lo ocurrido. Desde entonces, miles de personas han hablado de sus vivencias en público, lo que ha permitido que la cultura del silencio sobre estas terribles conductas se haya empezado a resquebrajar. P.- ¿Ha llegado este movimiento al ambiente científico y universitario?
A.B.- Sí, el movimiento #MeToo no se ha ceñido sólo a la industria del cine, sino que, por fortuna, también ha llegado a otros ámbitos, incluidos los ambientes científicos y universitarios. En este caso, hablamos de diversas iniciativas como el #MeTooSTEM o el #MeTooAcademia, cuyo impacto también se ha notado en el caso de España. De hecho, tal y como cuento en el libro, un informe del Comité para el Espacio Europeo de Investigación (ERAC, en inglés) señaló en 2020 que el #MeToo había tenido impacto en la investigación y en la educación superior de “más de la mitad de los países miembros” de la Unión Europea, por ejemplo, poniendo el tema en la agenda o sirviendo de inspiración para el alumnado y las personas que trabajan en estos entornos. Asimismo, en los últimos años se han visibilizado diversas denuncias de casos de acoso sexual y por razón de sexo en el mundo de la ciencia y de la universidad, tanto en España como en otros países, lo que muestra que se está rompiendo la ley del silencio imperante durante décadas.
P.- ¿Consideras que el mundo de la investigación es un campo masculinizado?
A.B.- Depende. De manera general, si nos atenemos a los datos, lo habitual es que el porcentaje de mujeres sea superior en los primeros escalones del mundo de la investigación, como recogen, por ejemplo, el informe Datos y Cifras del Sistema Universitario Español (Publicación 2019-2020), del Ministerio de Universidades, o el informe Científicas en Cifras 2021, elaborado por el Ministerio de Ciencia e Innovación. Sin embargo, esta proporción se invierte en los últimos escalones de la carrera profesional, donde el porcentaje sigue siendo mayoritariamente masculino. La falta de mujeres también se da en los puestos de responsabilidad y en los equipos de gobierno: en noviembre de 2020, según los datos que recojo en el libro, había sólo nueve rectoras en las cincuenta universidades públicas españolas. La tendencia es algo diferente en los organismos públicos de investigación, donde cada vez hay más mujeres en puestos de responsabilidad, algo bastante novedoso, si tenemos en cuenta, por ejemplo, que la primera presidenta del CSIC fue nombrada en 2017. Los estudios e informes sobre las situaciones de acoso sexual y acoso por razón de sexo indican que estos entornos de poder más masculinizados han podido influir en que, durante años, se restase importancia y no se tomaran suficientes para medidas para combatir estos problemas.
P.- ¿Existe algún organismo específico dentro de las universidades/centros de investigación que dé soporte ante el acoso laboral?
A.B.- Es importante diferenciar el acoso laboral del acoso sexual y del acoso por razón de sexo (entre otros aspectos, sus causas son distintas). En este ámbito, el artículo 62 de la Ley Orgánica de Igualdad obliga a que existan protocolos contra el acoso sexual y por razón de sexo en el seno de las administraciones públicas, precepto que también exige que las universidades y los centros de investigación dispongan de estos mecanismos. Por desgracia, esto no siempre sucede. Y, en el caso de que haya protocolos, a veces no siempre funcionan del todo bien, según algunos estudios jurídicos, por problemas a la hora de atender a las víctimas, garantizar la presunción de inocencia o la confidencialidad. Además, la investigación en este ámbito destaca la importancia de que existan espacios seguros para atender a las víctimas. Es un trabajo que se realiza por parte de muchas unidades y comisiones de igualdad, pero no siempre existen los suficientes recursos ni medios. También es necesaria la formación en materia de igualdad y de prevención de esta lacra, especialmente para quienes atienden a las personas denunciantes, pero también para la comunidad en su conjunto.
P.- ¿Hay datos contrastados de los casos de acoso en los organismos de investigación españoles? Las mujeres afectadas, ¿suelen denunciar? ¿han podido continuar con sus carreras científicas?
A.B.- Sí, hay datos de diversos estudios. Por ejemplo, el informe Estudio sobre la situación de las jóvenes investigadoras en España, realizado por la Unidad de Mujeres y Ciencia del Ministerio de Ciencia e Innovación, señala que el 14 % de las mujeres entrevistadas había sufrido situaciones de acoso por razón de sexo y el 8,6 % había padecido conductas relacionadas con el acoso sexual. Otro trabajo importante fue la encuesta que se hizo en el CSIC, que muestra que el 1,9 % de las personas trabajadoras manifestaba haber padecido acoso sexual declarado (es decir, al ser preguntadas sobre si habían sido víctimas de acoso sexual, decían que sí un 1,9 %). Sin embargo, según esta misma encuesta, al preguntar por acoso sexual técnico (es decir, indagando sobre si habían sufrido determinadas conductas de acoso sexual, aunque sin etiquetarlas como tal), casi el 10 % de las personas encuestadas admitía haber padecido este tipo de comportamientos. Estas diferencias porcentuales muestran que existe un gap perceptivo, es decir, una brecha en la percepción sobre qué consideramos acoso sexual. Por último, también existen múltiples estudios científicos, en España y fuera de nuestro país, que estudian la violencia sexual en estos entornos, incluyendo el acoso sexual y por razón de sexo.
Aunque los porcentajes pueden variar, un aspecto común es que, en la mayoría de los casos, las víctimas son mujeres y, también en la gran mayoría de casos, las personas que acosan son hombres, algo que también ocurre fuera del entorno académico, por ejemplo, si nos fijamos en la Estadística de condenados del INE. Por otro lado, no es habitual que se denuncien los casos: es frecuente que a las víctimas les cueste nombrar lo sucedido, culpar al verdadero responsable o denunciar los hechos que ha sufrido. Asimismo, también existen casos donde la situación de acoso resulta humillante y genera malestar, pero se tarda en reconocer lo ocurrido como un comportamiento de acoso. Por eso es tan importante visibilizar cuáles son las conductas que encajan dentro del acoso sexual o por razón de sexo, tener recursos adecuados para atender a quienes piden ayuda, etc. Sobre la continuidad en la carrera científica: no dispongo de datos, pero es cierto que las situaciones de acoso conllevan consecuencias personales, emocionales y profesionales durísimas. En el libro cuento algunos casos de mujeres que denunciaron situaciones de acoso y terminaron por abandonar la carrera científica.
P.- ¿Es posible que la víctima no sé dé cuenta de lo que está sucediendo realmente? ¿Cuáles son las señales inequívocas de alarma?
A.B.- Sí, esto es muy habitual. Una de las personas expertas que entrevisté para realizar el libro, la jurista Alicia González, compara el acoso sexual y por razón de sexo con una escalera: la víctima no se da cuenta de lo que está ocurriendo hasta que no llega a una situación límite (al final de la escalera). Esto se debe a que las personas que acosan suelen ser del entorno y las conductas se caracterizan por su gradualidad, lo que dificulta mucho poder identificar qué está pasando. A su vez, esto luego provoca que quienes sufren acoso tengan sensaciones de culpa, vergüenza, temor a las represalias, etc. En cuanto a las señales de alarma, depende de si hablamos de acoso sexual (por ejemplo, de chantaje o coacción sexual, o de atención sexual no deseada) o de acoso por razón de sexo (mensajes peyorativos, expresiones sexistas, minusvaloración, etc., siempre que estas conductas se perpetren por el sexo de la víctima o cuestiones relacionadas con la maternidad, los cuidados familiares, el embarazo, etc.)
P.- ¿Qué nuevas medidas implementarías para mejorar la situación actual?
A.B.- No hay una fórmula mágica, pero creo que es necesario impulsar la concienciación y la visibilidad de estos comportamientos, explicar qué son, en qué consisten o cómo se producen, lo que puede ayudar a reducir el gap perceptivo que mencionaba antes. También es importante que haya protocolos efectivos contra el acoso sexual y por razón de sexo, que se dé formación especializada para prevenir y luchar contra toda forma de violencia sexual, que haya recursos para atender a las víctimas, como espacios seguros y personas especializadas en esta materia, que existan intervenciones para mostrar a los potenciales testigos cómo actuar, algo que, según diversos estudios, ha resultado útil en otros países para frenar estas situaciones. Otro aspecto importante, que se ha empezado a plantear en el ámbito científico y universitario, es que los comportamientos de acoso sexual y por razón de sexo sean incluidos como una forma de vulnerar la integridad científica, es decir, que este concepto, en palabras de Erika Marín-Spiotta, no incluya solo el maltrato de los datos, sino también el maltrato a las personas.
P.- ¿Qué le dirías a una joven mujer científica que esté sufriendo acoso en este momento?
A.B.- Siento mucho lo que estás viviendo. Por desgracia, el acoso sexual y por razón de sexo son conductas más frecuentes de lo que imaginamos. Pero no tienes ningún tipo de responsabilidad sobre la situación que estás padeciendo. No has hecho en ningún caso nada malo. La culpa es de la persona que te acosa. Por eso es importante que no sientas vergüenza ni pienses en qué podías haber hecho para haberlo evitado. Desde luego, la situación que estás viviendo es muy dura. Estoy segura de que hay personas que te pueden ayudar y en las que te puedes apoyar para contarlo, para explicar cómo te sientes, qué necesitas o, si quieres, para denunciar lo que te ha ocurrido. Mucha fuerza y ánimo.