La carrera investigadora la conforman diversas etapas que se pueden dividir, a grandes rasgos, en una predoctoral (con un gran énfasis en la formación en investigación), una posdoctoral (con un mayor desarrollo del trabajo independiente, pero aún en gran parte formativa) y una etapa estable (en la que se considera que el investigador ya se ha consolidado). Es habitual que no todas las personas que terminan una etapa pasen a la siguiente y, de hecho, es positivo que las universidades formen a profesionales al más alto nivel académico, realizando doctorados, y que luego estas personas pasen a trabajar en el mundo industrial, aprovechando también su formación investigadora. Contar con una red de empresas que demanden y aprovechen estos perfiles solo puede resultar beneficioso para el tejido industrial de un país, y se debería buscar un equilibrio entre el número de doctores que pasan de la universidad a la empresa y los que prosiguen su carrera investigadora, llegando a formar a las siguientes generaciones de investigadores, manteniendo así el ciclo.
En años recientes, sin embargo, está creciendo el número de voces de alarma sobre el desequilibrio que se está dando a este respecto en nuestro país. Y es que diversas convocatorias posdoctorales en distintas universidades del territorio español no están recibiendo suficientes candidatos para cubrir las plazas. Esta situación repercute negativamente en las expectativas de futuro en esas universidades, y también de manera muy directa en la carga de trabajo de sus empleados. Este desequilibrio se puede deber a una multitud de factores, y entender con precisión los motivos requiere de un análisis riguroso, exhaustivo y multifacético que está fuera de nuestro alcance. Sin embargo, a cualquiera de nosotros nos vienen rápidamente ideas a la cabeza con distintos posibles motivos que pueden explicar este desajuste. Y también parece importante conocer la opinión de las personas que, precisamente, están en un estadio de su carrera en el que podrían optar a estas plazas.
Es por eso que desde la Comisión de Jóvenes decidimos elaborar una breve encuesta sobre el abandono de la carrera investigadora. La encuesta resultó un éxito de participación, recibiendo 237 respuestas de jóvenes matemáticos que van a defender una tesis doctoral en los próximos años o que la han defendido hace menos de 10 años. En las próximas semanas presentaremos un análisis más detallado de los datos recogidos; en esta entrada del Boletín, sin embargo, presentamos algunos de los datos más reveladores para poder discutir sobre la situación de la investigación en nuestro país.
Las tres preguntas principales de la encuesta tienen que ver con el abandono de la carrera investigadora. En concreto, preguntamos por los motivos por los que los encuestados se han planteado abandonar la investigación durante el doctorado, así como una vez acabado el doctorado, en caso de que se lo hayan planteado. También se preguntó a todos los encuestados cuáles piensan que son los motivos que pueden llevar a otras personas a abandonar la carrera investigadora.
Cabe destacar, en primer lugar, que más de la mitad de los encuestados afirman que se plantearon abandonar la tesis antes de su conclusión. De entre las personas que se plantearon esto, casi tres de cada cuatro mencionan los elevados niveles de estrés y ansiedad asociados al doctorado como un motivo que les llevó a plantearse su situación, y más de la mitad aducen la falta de expectativas laborales una vez acabada la tesis (cosa que, a priori, choca frontalmente con que en algunas universidades queden plazas libres en los concursos). Por supuesto, los encuestados han planteado otros muchos motivos, como la dificultad de conciliación familiar, el sueldo percibido o el entorno laboral.
De las 120 personas encuestadas que han defendido la tesis, el 70 % se plantearon dejar la carrera investigadora, y 16 la abandonaron definitivamente. Al preguntar a todos los encuestados sobre los factores que consideran más determinantes para abandonar la carrera académica, de nuevo más del 90 % destacaron la falta de estabilidad laboral, seguido por los bajos salarios, la dificultad para encontrar trabajo sin movilidad geográfica, y el nivel de estrés asociado a este trabajo.
Los principales motivos que aducen los encuestados como motivación para abandonar la carrera investigadora están muy claros, pero debería resultar abrumador que unos porcentajes tan altos de los encuestados los planteen. En primer lugar, el trabajo de investigación resulta hostil para muchas de las personas que se dedican a él, a menudo provocándoles estrés o ansiedad. Esto se presenta en mayor medida entre los doctorandos, pero sigue siendo prevalente en la etapa posdoctoral. La problemática de la salud mental de los investigadores ya la hemos discutido en el pasado y la seguiremos tratando con distintos Talleres de Salud Mental, pero esta encuesta sirve para comprobar directamente algunas de las consecuencias que tiene sobre el propio desarrollo de la profesión. Por otra parte, la mayoría de los motivos que se plantean están relacionados con la inestabilidad de la carrera investigadora y su baja retribución salarial. Venimos de unos años en los que las universidades apenas han contratado investigadores, y en los que se ha multiplicado el trabajo precario e inestable, y los jóvenes son conscientes y huyen de entornos así.
Además de los datos recogidos directamente, que dan una imagen bastante clara de los motivos por los que los jóvenes abandonan la carrera investigadora, para nosotros hay otro factor, quizás algo subjetivo, que se desprende de las respuestas recibidas. Y esto es un cierto nivel de rabia y decepción con el sistema, que se puede ver claramente en las respuestas libres en las que permitíamos que los encuestados añadiesen cualquier cosa que considerasen relevante. Las respuestas recibidas comparan sistemáticamente el mundo académico con el sector privado, lamentando las malas condiciones laborales de las universidades y las malas perspectivas de futuro.
No creemos que haga falta un análisis terriblemente detallado para entender que los problemas a los que nos enfrentamos son muy profundos y que, sin un cambio radical en la manera y las condiciones en que se hace la ciencia, la situación no va a mejorar en los próximos años.