En un escrito anterior hablábamos de lo que deben considerarse buenas prácticas a la hora de escribir un artículo en matemáticas, así como qué cualidades queremos reproducir en nuestros trabajos. Entre otras cosas, nos planteábamos qué nivel de detalle sería el ideal cuando se redacta un artículo de matemáticas, pues es importante poder encontrar un equilibrio entre lo que se presenta y lo que se deja implícito. Tal y como comentábamos en dicho escrito, muchas veces escribimos artículos solo para expertos en nuestras respectivas áreas, lo que hace que el número de personas que pueden leer nuestros trabajos sea reducido, lo que supone una barrera de entrada muy importante incluso para estudiantes que se quieren especializar en el área correspondiente. Creemos que es importante tener esto en cuenta, y esforzarnos por alcanzar un punto que, al menos, permita a estudiantes de doctorado seguir los desarrollos que se presentan.

Este debate, además, se alinea con otro muy relacionado: el de la “longevidad” de los artículos, o nuestra habilidad para que se puedan entender a largo plazo. Al escribir, asumimos que los lectores serán nuestros pares, que conocen el área y el tipo de matemáticas que se están desarrollando en el presente. Si la cantidad de personas que pueden leer nuestros trabajos ya es pequeña en el momento en que estos temas se están investigando, una vez la investigación evolucione y se abandone la investigación en el área hasta cierto punto, ¿cuál es la barrera de entrada que estamos imponiendo a quien quiera estudiar nuestros artículos dentro de, digamos, cien años? Por supuesto, cabe esperar que los avances más importantes se vayan recopilando, a lo largo de los años, en libros que resulten mucho más accesibles, pero no por ello debemos dejar de cuidar la accesibilidad de nuestras publicaciones.

La cantidad de detalles que incluimos en los artículos guarda también una gran relación con la longitud de los mismos. Es muy frecuente que, si el desarrollo matemático es más largo y requiere un artículo de muchas páginas, en estas reduzcamos todo lo posible los detalles, mientras que en artículos más breves es más frecuente que incorporemos pasos que en un artículo más largo nos podríamos haber saltado. Este comportamiento es fácil de explicar por muchos motivos. Por supuesto, resulta más difícil conseguir que nuestros pares lean un artículo más largo, por el esfuerzo extra que supone, intelectual y de tiempo. También resulta más fácil (hasta cierto punto) publicar artículos cortos, ya que la revisión por pares se complica exponencialmente cuando se trata de artículos más largos. Pero también hay un componente histórico que tiene que ver con las editoriales: nos referimos al límite de extensión de los artículos que aceptan para su publicación. Estas restricciones, que buscan que el trabajo matemático se destile lo máximo posible y que se encuentren demostraciones elegantes para los problemas que se resuelven, lleva sin embargo a que en muchos casos se eliminen algunos detalles de los manuscritos para conseguir que se ajusten al límite de páginas establecido.

A día de hoy, sin embargo, estos límites van quedando desfasados: en la era en la que todas las publicaciones aparecen en línea, en la que cada vez más personas se descargan los pdfs de internet, y en la que una gran proporción de nuestra investigación aparece en arXiv, los límites en el número de páginas clásicos quedan obsoletos. Siendo así, cabe plantearse la posibilidad de que, en algunos casos, un artículo de 55 páginas, bien escrito y con todos los detalles relevantes bien explicados, pueda resultar mucho más fácil de leer que uno de 45 en el que se van eliminando detalles simplemente para conseguir que no llegue a las 50. En todos estos casos, desde la Comisión de Publicaciones abogamos por buscar una manera de escribir que resulte más abierta y accesible y que facilite los trabajos de revisión por pares a los que está sujeta toda nuestra investigación.